Capítulo 30
Carol aún sentía au cara ardiendo después de haberse atrevido a besarlo..
Esa idea nl alquiora había pasado por su mente en toda su vida.
En la universidad, tanto Tania como Samira la consideraban un emblema de la conservación.
Recordando la mirada voraz de ese hombre, Carol frunció el ceño.
Parecía como si ella quisiera sacar ventaja de él.
Si no hublera sido para callarlo, ¿cómo iba a besar a ese tipo?
Además, se le fueron 250 pesos en ese momento, ¡250 pesos! Con eso podía comprarle ropa a tres chicos.
Definitivamente había nacido bajo una mala estrella.
Perdida en sus pensamientos, una lujosa camioneta les cortó el camino de repente con un giro elegante, bloqueando la vía.
El taxista, asustado, frenó de golpe.
“¿Qué te pasa, no sabes manejar o qué?!“, gritó bajando la ventana.
Pero al ver a dos tipos vestidos de negro bajar del vehículo, se tragó su enojo.
Cerró la boca, sin atreverse a seguir gritando.
Carol también miró con curiosidad hacia afuera.
Alguien tocó la ventana y un hombre de negro le dijo, “Bájese.”
Carol, sintiendo que algo malo se avecinaba, se pegó a la puerta del otro lado.
“¿Me buscan a mi? ¿Quiénes son ustedes?”
El hombre no perdió tiempo en explicaciones, abrió la puerta con fuerza y la sacó del taxi. Apenas tocó el suelo, el taxi arrancó a toda velocidad, queriendo evitar problemas.
Carol intentó soltarse del hombre que la sujetaba.
“¿Quiénes son? ¡Suéltenme! ¡Suéltenme!”
La condujeron a un puente, donde estaba estacionado un carro.
Una mujer se bajó del auto, caminando con tacones de varios centímetros y portando un bolso carisimo, se acercó a Carol con las manos en la cintura.
Carol la miró, sintiendo que la conocía de algo.
Pero la mujer llevaba máscara y gafas de sol, así que no podía reconocerla.
Pafl” La mujer la recibió con una cachetada.
Carol se quedó atónita
Rodeada por guardaespaldas que no le permitian defenderse, exclamó,
“¿Quién eres? ¿Por qué me pegas?”
“¡Descarada, te atreves a seducir a mi hombre, parece que no quieres vivir!“, exclamó la mujer.
Carol no entendía, “¿Estás loca? ¿A quién he seducido?”
Ayla, como si no la escuchara, le dio dos bofetadas más.
“No pienses que por ser bonita vas a llegar a la cima, te advierto, Ash es un hombre que jamás podrás alcanzar, solo yo soy digna de él. Si te atreves a seducir a Ash de nuevo, te mataré.”
Después de esto, Ayla le ordenó a los guardaespaldas,
“Desfiguren esa cara, que da asco verla.”
¡No permitiría que una mujer más bonita que ella apareciera cerca de Aspen!
Uno de los guardaespaldas sacó un cuchillo que brillaba con un frio destello.
Carol, horrorizada, olvidándose de preguntarle quién era Ash, suplicó apresuradamente,
“¿No estarán confundiéndome con otra? No los conozco, ni sé quién es Ash, ¡suéltenme!” Carol les suplicaba con fuerza. Ayla, complacida, les ordenó,
“Dame el cuchillo, quiero hacerlo yo misma, sujétenla bien.”
Ayla tomó el cuchillo del guardaespaldas y se lanzó a cortar la cara de Carol, quien reaccionó con una patada enviándola a volar lejos.
Ayla, aún con tacones altos, perdió el equilibrio y se cayó, lastimándose el pie.
El cuchillo también le cortó la mano, y empezó a sangrar.
Ayla comenzó a gritar de dolor, “¡Ah, ah, me duele…!”
Los guardaespaldas corrieron hacia ella, “Señorita.”
Ayla, furiosa al ver que Carol intentaba escapar, lloró ordenándoles,
“¡Maten a esa zorra! ¡Ay, me duele tanto!”
Carol, viendo que los guardaespaldas se acercaban, sacó rápidamente el spray de defensa personal que su hijo le había dado y les roció los ojos.
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Capitulo 30
El arma de Ledo no tenía rival, los hombres se desplomaran apandose espres
Viendo su oportunidad, Carol echó a correr cruzando la calle y lleganti antro leatio
instante.
Ayla, sentada en el suelo, gritaba,
“¡Inútiles! ¡Atrápenla, o morirán en su lugar!”
Tres hombres más aparecieron, persiguiendo a Carol.