Capítulo 136
Ante la pregunta de su hijo, Gabriela se sintió llena de culpa. Las emociones reprimidas en su corazón se extendieron como un maremoto a sus extremidades, ya habían pasado treinta años y ya era hora de que su hijo lo supiera. Ya era suficiente con ocultárselo durante tantos años; con el rostro bañado en lágrimas y los ojos rojos de llorar, le habló con la voz quebrada: “Ve y cierra la puerta del negocio. No vamos a atender esta noche, déjame
contarte“.
Simón, viéndola un poco más calmada, se levantó para cerrar la puerta del negocio. Luego, se sentó frente a ella y le sirvió un vaso de agua, pasándole pañuelos para que se secara las lágrimas, mientras le decía compasivamente: “Mamá, no quiero presionarte. Solo quiero que puedas superar este dolor y ser feliz. Aunque nunca lo has mencionado, sé que has vivido con mucha tristeza todos estos años. Entiendo que tu verdadero mal es del corazón, quiero que te abras conmigo, que vivas por ti misma de ahora en adelante. Todas esas noches que te escuché llorar en secreto, lo sé todo. Luchaste sola por la enfermedad de los abuelos durante años hasta que se fueron en paz, su único pesar fue no verte feliz. Siempre pensé que papá te había herido profundamente y por eso no querias volver a casarte. Pero las palabras de esa chica me hicieron ver cuánto has sufrido estos años. Si podemos escuchar lo que dice su corazón, entonces debe ser verdad“.
Gabriela, mirando la cara preocupada de su hijo, se sintió inundada de culpa y dolor. Después de secarse las lágrimas, le confesó: “Es cierto lo que dijo esa chica. En efecto, te tuve a ti y a tu hermano por gestación subrogada“.*
Se sumergió en sus recuerdos: “Hace treinta y un años, acababa de recibir mi carta de aceptación universitaria, estaba llena de ilusión por la vida universitaria que me esperaba. Antes de poder compartir la buena noticia, escuché una conversación entre tus abuelos. Ese día, mi destino jugó una cruel broma conmigo. Tus abuelos fueron diagnosticados con enfermedad renal y cáncer de mama, respectivamente, y habían decidido ocultarmelo y renunciar al tratamiento. Eran simples trabajadores de una fábrica textil y sus enfermedades terminales me golpearon como un rayo. Para costear sus tratamientos, menti diciendo que no había sido aceptada en la universidad, vendi la casa y el carro, renunciando a la universidad y a todo. Pero los astronómicos gastos médicos eran imposibles de cubrir solo con mi esfuerzo. Desesperada, bajo la recomendación de una amiga, accedí a ser madre subrogada para una familia adinerada sin que lo supieran tus abuelos; ellos me prometieron dos millones si era niño y uno si era niña. Por dinero, por salvar a mis padres lo acepté. La esposa drogó a su marido para que yo tomara su lugar. Después quedé embarazada y ocho meses más tarde, tu hermano fue llevado por los compradores justo al nacer, mientras que a ti te escondi y te quedaste conmigo. Ellos nunca supieron que eran gemelos, no sé quiénes eran ni dónde está tu hermano ahora, cómo habrá sido su vida. Me culpo y me arrepiento todos los días por haber sido tan egoista. No puedo perdonarme por haber vendido a tu hermano. Cada vez que té veo, pienso en él… No es que no quiera casarme, es que no merezco ser feliz. No pude darte una familia completa y lo siento mucho. Pero Simón, no me arrepiento de lo que hice, solo siento una profunda culpa hacia tu hermano, una que quizás nunca pueda superar