Capítulo 117 
“Mis palabras son la ley de la jefatura aquí. Espero que aquellos trabajadores enfermos consideren bien las consecuencias“. 
Después de advertir a todos los trabajadores, el encargado colocó varios guardias de seguridad en la obra, bloqueando todas las salidas. De esa manera, si los trabajadores intentaban entrar por la noche después de su jornada laboral, serían descubiertos. Además, las palabras que les había dicho a los trabajadores eran para disuadir a aquellos que pensaran en suicidarse. 
Si alguien daba un paso al frente, el jefe había dicho que recibiría algo de dinero para ayudar. Pero si alguien intentaba chantajear con su muerte, estaria cavando su propia tumba y al final no conseguiría nada. 
Después de que el encargado se fue, un grupo de trabajadores empezó a murmurar entre ellos. 
Trabajador 1: “¿Qué significa esto? ¿Quién está gravemente enfermo?“. 
Trabajador 2: “Sí, ¿quién tendría la fuerza para venir a trabajar en estas condiciones si está gravemente enfermo?“. 
Trabajador 3: “¿No será que están tratando de asustar a alguien para que confiese?“. 
Trabajador 4: “Cuando entramos a la obra, ¿no nos hicieron exámenes médicos? Si estuviéramos enfermos, ¿la empresa aún nos dejaría trabajar?“. 

Todos intercambiaban opiniones, pero nadie se atrevía a confrontar al encargado. Al final del grupo, un hombre de unos treinta años, con la piel bronceada por el sol y delgado, sonreía levemente mientras escuchaba la conversación, aunque por dentro estaba aterrorizado, ¿no era acaso él a quien el encargado se refería con eso de estar gravemente enfermo y que podría causar problemas? Solo él sabía que había recibido el diagnóstico de una enfermedad terminal justo el día anterior y no le había dicho a nadie, entonces, ¿cómo lo sabía el encargado? ¿Cómo había adivinado que planeaba hacer algo? Al recibir los resultados de los análisis, se sintió como si un rayo lo hubiera golpeado, tenía cáncer de hígado en etapa avanzada, le quedaba como máximo un mes de vida. Tenía una familia que mantener, con ancianos y niños esperando que él trajera el sustento a casa. Si él caía, su familia se desmoronaría. 
Para dejarles algo de dinero suficiente, ya lo había planeado todo esa mañana. Subiría al techo al día siguiente, al inició de la jornada laboral, y saltaría, fingiendo un accidente. Si sucedía en la obra, con lo terca y sin razón que podía llegar a ser su esposa, seguramente haría un gran escándalo y conseguiría una buena compensación, pero su plan aún no se había llevado a cabo y el encargado ya lo había advertido. Entonces, ¿debía saltar en ese preciso momento? ¿Debería ir a buscar ayuda financiera por su enfermedad o seguir adelante con su plan perjudicial tanto para él como para otros? Pero la ayuda del cielo nunca caía sin más, incluso si la empresa le ofrecía ayuda por enfermedad, ¿podría ser más de lo que dejaría un muerto? 
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El hombre luchaba consigo mismo hasta el final del trabajo, pero aun así decidió saltar. El egoismo es parte de la naturaleza humana: si uno mismo no se cuidaba, nadie más lo haría. Pensó que, ya que de todas formas iba a morir, mejor dejar algo para su familia. 
Esa noche, en la suite presidencial de un hotel cercano a la obra, el encargado de la subsidiaria estaba seriamente preocupado: “Señor, todos los trabajadores se han ido, nadie vino a pedir la ayuda por enfermedad“. 
Cristián, sentado en su silla de ruedas, tamborileó con los dedos sobre el manubrio un par de veces: “Se les dio la oportunidad, si insisten en buscar la muerte, que asuman las consecuencias de sus actos“. 
Durante la noche. 
Soraya escaló el balcón para entrar en la habitación de Cristián y, con destreza, le trató las piernas. Luego, escaló de vuelta al balcón hacia la habitación contigua. 
Murmuraba insatisfecha: “Maldición, siendo una pareja, tenemos que actuar como si fuéramos amantes secretos. Hombre de hielo, espera al día que te enamores de mi. Te dejaré fuera y te haré sentir lo que es tratar de abrir una puerta a media noche“. 
Al día siguiente. 
El trabajador con la enfermedad terminal llegó a la obra como si fuera un día normal. Después de comenzar su jornada, aprovechó un momento en que los demás estabant ocupados para subir clandestinamente al último pjso; con resentimiento, miró el mundo una última vez, con lágrimas en los ojos, las piernas temblorosas y el cuerpo temblando, se acercó al borde del edificio, estaba listo para hacerlo.