Capítulo 20
Soraya sopló la porra de béisbol en sus manos y dijo: “Uy, no aguantas nada, ¿no dijiste que ibas a darme una lección? ¿Cómo es que con un solo golpe ya estás tirado en el suelo?”
Los demás tipos vestidos de negro, al ver eso, levantaron sus porras de béisbol y se lanzaron hacia ella. En los ojos de Cristián brillo un destello frio, ¿qué lio habría armado esa mujer? El, con las piernas inutilizadas, no podía ayudarla. Pero los guardaespaldas y el chofer en el carro si que se dieron cuenta rápido y bajaron a ayudarla. Soraya, aunque nominalmente era aún la esposa de Cristián, si algo le pasaba bajo la vigilancia del jefe, sería como darle una bofetada.
Al ver a los tipos acercarse con las porras, la sonrisa de Soraya se ensanchó, tranquila y sin mostrar miedo ante el ataque de los hombres de negro. Sus movimientos le parecian demasiado lentos, justo cuando la porra del hombre más cercano estaba a punto de tocar su cabeza, ella giró la cabeza, esquivando el ataque, y luego, con un giro de pie, pateó al hombre, mandándolo a volar unos metros. La porra en sus manos danzaba como si tuviera vida propia; su figura ágil esquivaba y contraatacaba rápidamente. Vestida de blanco, parecía un espiritu danzante entre esos hombres.
Cristián, viendo sus movimientos decididos, no pudo dejar de mirarla fijamente, estaba sorprendido por su habilidad.
Con varios sonidos sordos, a uno le rompió la mano, a otro le abrió la cabeza y otro gritaba de dolor, agarrándose las partes intimas. Soraya jugueteaba con esos hombres como si fueran ratones, y la porra en sus manos golpeaba los blancos con precisión quirúrgica. Los hombres, incapaces de tocarla siquiera, acabaron con la cara hinchada y extremidades rotas. Lo que empezó con bravuconeria terminó en terror, confusión y, finalmente, súplicas por parte de ellos.
“Nos equivocamos, por favor, ten piedad. No sabiamos con quién nos metíamos. Te rogamos, déjanos ir. Si nos perdonas, jamás olvidaremos tu gran favor“.
¿No habían dicho que esa mujer no valía nada, que era un completo desastre? Pero con esa agilidad, ¿cómo podría ser un desastre? Más bien, ellos fueron tratados como tales.
Con una sonrisa traviesa, ella miró a los hombres tendidos en el suelo; se agachó y levantó la barbilla de uno con la porra: “Habla, ¿quién los envió?“.
Los hombres temblaban, tragando saliva, temerosos de recibir un golpe en la cabeza: “Fue… fue Tizi…”
“Ah, ese puto perdedor, lo interrumpió Soraya, sin necesidad de más explicaciones. Ya sabia quién era. Tiziano, maldita sea, qué clase de hombre eres, enviando a gente tras de mí. Espera y verás, mañana te enviaré un ‘regalito‘ de mi parte‘.
Cristián, al escuchar sus pensamientos, arqueó una ceja, estaba sorprendido. ¿Tiziano, su amante, habia enviado a alguien tras ella? La mirada del hombre se oscureció aún más.
Cuando los guardaespaldas y el chofer llegaron al lado de Soraya, se encontraron con que ella ya había dejado a los hombres en el suelo. Mirándose unos a otros, estaban asombrados. Siempre hablan oido que la señora era temeraria y arrogante, pero ¿cuándo se había vuelto tan poderosa? Habla derribado a varios hombres ella sola, sin un rasguño. Ella se levantó: “Uy, ustedes por aqui?“, y miró hacia el carro a lo lejos.
“Ay, Dios mío, estaba tan metida en la pelea que ni vi a mi esposo llegar, ¿qué pensará de mi ahora? ¿Creerá que soy una loca de las peleas?.
La mirada de Cristián hacia ella era indescifrable, ¿una loca peligrosa? No sabia que ella tuviera habilidades para pelear de esa forma. La Soraya que él conocía definitivamente no era asi, la mujer frente a él le parecia totalmente extraña. Parecia que era hora de divorciarse de esa mujer, pensó, antes de que algún día realmente lo volviera loco.
Soraya dejó la porra de béisbol, corrió hacia el carro de él, abrió la puerta del asiento trasero y se metió dentro.
En una casa al final del callejón, Tiziano, sosteniendo unos binoculares, parecia